El Papa y el Sagrado Corazón
se fueron a la parte de atrás de una carreta,
e intenté encontrar dónde mandar al Niño Jesús.
Si esa lámpara no tuviera la forma
exacta de una copa de coñac, habría alguna posibilidad
de que me deshiciera de ella.
Sin embargo, la posibilidad es pequeña.
Si me hubieran criado a la clara luz
de la razón,
tal vez me sentiría de otro modo.
Pero a menudo vuelvo a casa a obscuras
y, desde la puerta de entrada,
en el rojo resplandor
puedo percibir
el violín de un niño
y, al acercarme más,
una avefría,
la foto de un amigo muerto,
tres avellanas recogidas de un pozo,
y tres chamanes muy bronceados
que volaron todo el trayecto desde Asia
en una postal.
No planeé nada de esto y no sé si
los objetos e imágenes sagradas tienden a apiñarse
alrededor de una luz constante
o si
la constancia de una estrella pequeña,
a través de otras vidas y otras noches,
confiere ahora cierta santidad
... a las baratijas de mi vida.
Leer Una atea, la Iglesia: nuestra lámpara de Aladino en El blog de María