Día tras día anduve el camino viejo.
Llevé mis frutos al mercado ... mi ganado a las praderas y ... pasé el río con mi barca. Todas las sendas me eran familiares.
Una mañana, mi canasto me pesaba mucho; los hombres se afanaban en los campos ... los pastos no podían con tanto ganado y ... el pecho de la tierra se henchía alborozado por el arroz que maduraba.
De pronto un temblor corrió el aire ... y parecía que el cielo me daba besos en la frente.
Mi pensamiento se levantó sobresaltado ... como la mañana se levanta de la niebla.
Olvidé mi ruta y me salí de la vereda ... mi mundo familiar me pareció extraño ... como una flor que sólo hubiera conocido en capullo.
Se avergonzó mi sabiduría cotidiana y me fuí por el país de ensueño de las cosas.
¡Qué suerte la mía ... aquella mañana en que perdí mi vereda ... encontré mi eterna infancia!
Leer Temo ... que hasta el tacto de mi mano te disuelva en El blog de María