Cuando te hice daño, aunque no lo sabía ... me acerqué más a tí.
Cuando peleé contigo, para que me derrotaras ... te acaté al fin, como dueño.
Cuando te robé en secreto ... solo conseguí hacer una carga de mi robo.
Cuando, orgullosa, luché contra tu corriente ... fué sólo para sentir tu fortaleza en mi pecho.
Cuando apagué, en rebeldía, la luz de mi casa ... tu cielo me sorprendió con sus estrellas.
¿Has venido a mí, hecho mi pena? ... ¡Pues más he de apretarme a tí!
¡Pues tu cara está cubierta de oscuridad ... más he de verte!
¡Salté mi vida, en una llama, al golpe mortífero de tu mano!
¡Que las lágrimas que salen de mis ojos, corran alrededor de tus pies, adorándote!
... y el martirio de mi pecho, ¡que me diga que aún eres mío!
Leer Una simple confesión en El blog de María